En 1930, junto con la Villa Müller (Adolf Loos) en Praga, se concluyeron también la Villa Tugendhat (Mies van der Rohe) en Brünn y la Villa Saboye (Le Corbusier). En los discursos internacionales sobre arquitectura se hace referencia a estas dos últimas, sin embargo la Villa Müller pasó algo desapercibida, aunque si encontramos referencias a su fachada cúbica. La creación de los espacios interiores no se entendió y se le calificó de no moderna. F. Müller era un apasionado de la arquitectura y de los nuevos materiales, ingeniero industrial, era gerente de una gran empresa alemana de construcción. La empresa de Müller se hizo cargo de la construcción del edificio, no intermediando los colaboradores que normalmente realizaba el trabajo de campo de los edificios diseñados por Adolf Loos.
A continuación reproducimos el famoso articulo realizado en 1908 por Adolf Loos llamado "ornamento y delito" en el que carga contra las artes decorativas. Se trata de un texto imprescindible para entender la evolución de la arquitectura moderna.
El embrión humano, en el seno materno, pasa por todas las fases de desarollo del reino animal. -Cuando nace un ser humano-, sus sensaciones son iguales a las de un perro recién nacido: Durante su infancia se producen diversos cambios que se corresponden con las transformaciones ocurridas en la historia de la humanidad: a los dos años lo ve todo como un papúa; a los cuatro, como un germano; a los seis, como Sócrates y; a los ocho, como Voltaire. Cuando tiene ocho años percibe el violeta, color que fue descubierto en el siglo XVIII, pues antes el violeta era azul y el púrpura, rojo. El fisico señala hoy en día que hay otros colores en el espectro solar, que ya tienen nombre, pero comprenderlo se reserva al hombre del futuro.
El niño es amoral. El papúa también lo es para nosotros. El papúa despedaza a sus enemigos y los devora. No es un delincuente. Sin embargo, cuando el hombre moderno despedaza y devora a alguien, es un delincuente o un degenerado. El papúa cubre de tatuajes su piel, su barca, su remo, en fin, casi todo lo que tiene a su alcance, y no es un delincuente. El hombre moderno que se tatúa es un delincuente o un degenerado. Hay cárceles en las que el ochenta por ciento de los presos llevan un tatuaje. Los tatuados que no están detenidos son delincuentes latentes o aristócratas degenerados. Si un tatuado muere en libertad, esto significa que ha muerto antes de cometer un asesinato.
El impulso de ornamentarse el rostro y todo lo que se tiene alalcance es el primer origen de las artes plásticas, es el balbuceo de la pintura: todo arte es erótico.
El primer ornamento que nació, la cruz, tuvo un origen erótico. Es la primera obra maestra, la primera creación artística con la que el primer artista embadurnó la pared para liberarse de la energía sobrante. Una línea horizontal: la mujer que yace. Una línea vertical: el hombre que la penetra. El hombre que la creó sintió el mismo impulso que Beethoven, se encontraba en el mismo cielo en el que éste compuso la Novena.
Pero el hombre de nuestro tiempo que, a causa de un impulso interior pintarrajea las paredes con símbolos eróticos, es un delincuente o un degenerado. Es natural 'que sea en los retretes dónde este impulso acometa a las personas con tales manifestaciones de degeneración. Se puede medir el grado de civilización de un país atendiendo a la cantidad de garabatos pintados en las paredes de sus letrinas. Para el niño.garabatear es un fenómeno natural: su primera manifestación artística consiste en garabatear símbolos eróticos en las paredes. Sin embargo, lo que es natural en el papúa y en los niños, en el hombre moderno resulta ser degeneración. Descubrí lo siguiente y se lo comuniqué al mundo: La evolución cultural equivale a eliminar el ornamento del objeto de uso cotidiano. Creía con ello entregarle al mundo algo nuevo por lo que alegrarse, algo que no me ha agradecido. Lagente estaba triste y andaba cabizbaja. Lo que les preocupaba era saber que ya no se podía crear un ornamento nuevo. ¿Cómo es posible que sólo nosotros, los hombres des siglo XIX, no seamos capaces de hacer lo que sabe hacer cualquier negro, lo que han sabido hacer todos los pueblos en todas las épocas anteriores a la nuestra?
Todo lo que lo que el género humano había creado miles de años atrás .sin ornamentos, fue rechazado sin contemplaciones y destruído. No poseemos bancos de carpinteros de la época carolingia, pero el menor objeto carente de valor que estuviese mínima mente ornamentado se conservó, se limpió cuidadosamente y se erigieron palacios suntuosos para albergarlos. Los hombres entonces paseaban entristecidos ante las vitrinas, avergonzándose de su propia impotencia. Cada época ha tenido un estilo, ¿sólo la nuestra se quedará sin uno propio?. Con estilo se hacía referencia al ornamento. Por tanto clije: "No lloréis. La grandeza de nuestra época raclica en el hecho de que es incapaz de crear un ornameto nuevo.,Hemos vencido al ornamento. Hemos decidido finalmente prescindir de él. ¡Observad! ¡Se acerca el momento en el que las calles de las ciudades brillarán como muros blancos! Como Sión, la ciudad santa, la capital del cielo. Entonces lo habremos conseguido.
Pero hay malos espíritus que no lo toleran. A su juicio, la humanidad debería seguir esclavizada por el ornamento. El hombre había alcanzado tal grado de desarrollo, que el ornamento ya no le deleitaba, que el rostro tatuado del papúa no aumentaba la sensación estética, sino que la hacía disminuir..Tal grado de desarrollo, que se alegraba al ver una pitillera lisa y que era capaz de comprársela aunque pudies.e obtener una ornamentada por el mismo precio. Estaban contentos con sus ropas y se alegraban de no tener que vagar por el mundo vestidos como monos de fería llevando pantalones de terciopelo con tiras doradas.Y dije:
-Fijaos. La habitación en la que murió Goethe es infinitamente más hermosa que toda la pompa renacentista; y un mueble liso, mucho más bonito que todas las piezas de museo con tallas e incrustaciones.Ellenguaje de Goethe es más hermoso que todos los adornos de los pastores del río Pegnitz.
Los malos espíritus lo oyeron con desagrado y el estado, cuya misión es retrasar el desarrollo cultural de los pueblos, hizo suya la cuestión de desarrollar y reponer el ornamento.
¡Ay del estado cuyas revoluciones estén promovidas por los consejeros de la Corte!
Pronto se vieron en el Museo de Artes y Oficios de Viena un aparador de comedor llamado "la buena pesca". Pronto huboarmarios que se llamaban "La princesa encantada" o algo parecido que aludía al ornamento que cubría estos pobres muebles. El estado austriaco se toma su tarea tan a pecho que procura que no desaparezcan las polainas del territorio de la monarquía austro-húngara. Éste obligó a todo hombre culto mayor de veinte años a llevar polainas en lugar de calzado adecuado. obligó a que Pues, en definitiva, todo estado parte de la suposición de que un pueblo retrasado es más fácil de gobernar.
Pues bien, la peste ornamental está reconocida estatalmente y se subvencionacon dinero del estado. Yo, sin embargo, lo considero un paso atrás. No tolero la objeción de que el ornamento aumenta la alegría vital de la persona culta; no tolero la objeción que se disfraza con estas palabras: "Pero ¡cuando el ornamento es bonito ... !" Para mí. y para todos los hombres cultos, el ornamento no aumenta la alegría vital. Si quiero comer un pastelito, cojo uno que sea completamente liso, y no uno recargado de ornamentos con forma de corazón o de jinete o de niño de pecho. El hombre del siglo XV no me entendería, pero sí los hombres modernos. El defensor del ornamento cree que el impulso que me dirige hacia la sencillez es una mortificación!. ¡No, estimado profesor de la Escuela de Artes y Oficios!, ¡No me mortifico! Me gusta más así Los vistosos guisos de siglos pasados que presentaban toda clase de ornamentos para hacer más apetecibles a los pavos, faisanes y langostas a mí me producen el efecto contrario. Asisto con repugnancia a una exposición de arte culinario cuando pienso en que me tengo que comer el cadáver de esos animales disecados.
El enorme daño y devastación que produce el resurgimiento del ornamento en la evolución estética podrían olvidarse fácilmente, pues nadie, ni siquiera un organismo estatal, puede detener la evolución de la humanidad. Sólo la puede retrasar. Sabremos esperar. Pero será un delito contra la economía nacional pues, con ello, se echa a perder trabajo humano, dinero y material. El tiempo no puede compensar estos daños.
El ritmo del desarrollo cultural sufre con los rezagados. Quizá yo viva en 1908, pero mi vecino vive en 1900 y aquel de allí en 1880. Es una desgracia para un estado que la cultura de sus habitantes abarque un periodo de tiempo tan amplio. El campesino de la apartada región de Kals vive en el siglo XII. Ya en la procesión de la fiesta del jubileo tomó parte gente que ya en la época de las grandes migraciones se hubiese considerado atrasada.¡Afortunado el país que no tiene este tipo de rezagados y depredadores! ¡Afortunada América! Entre nosotros mismos hay aún en las ciudades personas inmodernas, rezagados del siglo XVIII, que se horrorizan ante un cuadro con sombras violeta, porque todavia no pueden ver el violeta. A ellos les sabe mejor el faisán en el que el cocinero trabaja durante días, y la pitillera con los ornamentos renacentistas les gusta más que la lisa. ¿Y qué pasa en el campo? Vestidos y mobiliario pertenecen a siglos pasados. El campesino no es cristiano, es todavía pagano.
Los rezagados retrasan el desarrollo cultural de los pueblos y de la humanidad, pues no es sólo que el ornamento esté engendrado por delincuentes sino que es además un delito, porque daña considerablemente la salud del hombre, los bienes del pueblo y, por tanto, el desarrollo cultural. Cuando dos personas viven cerca y tienen unas mismas exigencias, las mismas pretensiones en la vida y los mismos ingresos, pero no obstante, pertenecen a distintas civilizaciones, puede observarse, desde el punto de vista de la economía de un pueblo, el siguiente fenómeno: el hombre del siglo XX se va haciendo cada vez más rico, el hombre del siglo XVIII cada vez más pobre. Supongo que ambos viven a su gusto. El hombre del siglo XX puede cubrir sus necesidades con un capital mucho más reducido y, por ello, puede ahorrar. La verdura que le gusta está simplemente cocida en agua y condimentada con un poco de mantequilla. Al otro hombre no le sabe tan bien hasta que, además, esté mezclada con miel y nueces, y alguien se haya pasado horas cociéndola. Los platos adornados son muy caros, mientras que la vajilla blanca, que le sabe bien a las personas modernas, es barata. Uno ahorra mientras que el otro se endeuda. Así ocurre con naciones enteras. ¡Ay del pueblo que quede rezagado en el desarrollo cultural! Los ingleses se hacen cada vez más ricos y nosotros cada vez más pobres ...
Todavia mucho mayor es el daño que sufre el pueblo productor del ornamento.
Como el ornamento ya no es un producto natural de nuestra cultura, sino que representa retraso o degeneración, el trabajo del ornamentista ya no está adecuadamente pagado. Son conocidas las condiciones en las industrias de los tallistas de madera y de los torneros, los precios criminalmente bajos que se pagan a las bordadoras y a las encajeras. El ornamentista tiene que trabajar veinte horas para alcanzar los ingresos de un obrero moderno que trabaje ocho horas. El ornamento encarece, como regla general. el objeto; sin embargo, se da la paradoja de que una pieza ornamentada con el mismo coste de material que el objeto liso, y que necesita el triple de horas de trabajo para su realización, cuando se vende, se paga por el ornamentado la mitad que por el otro. La carencia de ornamento tiene como consecuencia una disminución del tiempo de trabajo y un aumento del salario. El tallista chino trabaja dieciseis horas, el trabajador americano sólos ocho. Si por una caja lisa se paga lo mismo que por otra ornamentada, la diferencia, en cuanto a horas de trabajo beneficia al obrero. Si no hubiera ningún tipo de ornamento -algo que igual sucede dentro de unos cuantos miles de años-vel hombre sólo tendría que trabajar cuatro horas en vez de ocho, ya que, hoy en día, todavía la mitad del trabajo se va en realizar ornamentos.
El ornamento es fuerza de trabajo malgastada y, por ello, salud malgastada. Así fue siempre. Hoy, además, también significa material malgastado, y ambas cosas significan capital malgastado.
Como el ornamento ya no está unido orgánicamente a nuestra cultura, tampoco es ya la expresión de ésta. El ornamento que se crea hoy no tiene ninguna conexión con nosotros ni con nada humano, es decir, no tiene ninguna conexión con el orden del mundo. No es capaz de evolucionar. ¿Qué pasó con la ornamentación de atto Eckmann, qué-con la de Van de Velde? El artista siempre estuvo lleno de fuerza y salud, en la cima de la humanidad. Pero el ornamentista moderno es un rezagado o una aparición patológica, Él mismo reniega de sus productos al cabo de tres años. A las gentes cultas les resultan insoportables de inmediato, pero los demás sólo se dan cuenta de esto al cabo de años. ¿Dónde están hoy los trabajos de atto Eckmann? ¿Dónde estarán dentro de diez años los trabajos de Olbrich? El ornamento moderno no tiene padres ni descendientes, no tiene pasado ni futuro. Sólo es recibido con alegría por las gentes incultas, para quienes la grandeza de nuestro tiempo es un libro con siete sellos, y, al poco tiempo, reniegan de él.
La humanidad está hoy más sana que nunca, sólo hay unos pocos enfermos. Pero esos pocos tiranizan al trabajador que está tan sano que no puede inventar ornamentoa alguno. Le obligan a realizar, en diversos materiales, ornamentos creados por ellos.
El cambio del ornamento tiene como consecuencia una pronta desvalorización del producto. El tiempo del trabajador, el material empleado, son capitales que se malgastan. He enunciado la siguiente idea: la forma de un objeto debe ser tolerable durante el tiempo que físicamente dure dicho objeto. Trataré de explicarlo: Un traje cambiará muchas más veces su forma que una valiosa piel. El traje de baile creado para una sola noche, cambiará de forma mucho más deprisa que un escritorio. Qué malo seria, sin embargo, si tuviera que cambiarse el escritorio tan rápidamente como un traje de baile por el hecho de que a alguien le pareciera su forma insoportable; entonces se perderia el dinero gastado en ese escritorio.
Esto lo saben bien el ornamentista y los ornamentistas austríacos intentan resolver este problema. Dicen: "Preferimos al consumidor que tiene un mobiliario que, pasados diez años, le resulta insoportable, y que, por ello, se ve obligado a adquirir muebles nuevos cada década, al que se compra objetos sólo cuando ha de substituir los gastados. La industria lo requiere. Millones de hombres tienen trabajo gracias al cambio rápido". Parece que éste es el secreto de la economía nacional austriaca; cuántas veces, al producirse un incendio, se oyen las palabras: "¡Gracias a Dios, ahora la gente ya tendrá algo que hacer!". Propongo un buen sistema: Se incendia una ciudad, se incendia un imperio, y entonces todo nada en dinero y abundancia. Que se fabriquen muebles que, al cabo de tres años, puedan quemarse; que se hagan guarniciones que puedan ser fundidas al cabo de cuatro años, ya que en las subastas no se logra ni la décima parte de lo que costó la mano de obra y el material, y así nos haremos cada vez más ricos.
La pérdida no sólo afecta a los consumidores, sino, sobre todo, a los productores.
Hoy en día, el ornamento, en aquellas cosas que gracias al desarrollo pueden privarse de él, significa fuerza de trabajo malgastada y material profanado. Si todos los objetos pudieran durar tanto estéticamente como lo hacen físicamente, el consumidor podría pagar un precio que posibilitara que el trabajador ganara más dinero y tuviera que trabajar menos. Por un objeto del cual esté seguro que voy a utilizar y obtener el máximo rendimiento, pago con gusto cuatro veces más que por otro que tenga menos valor a causa de su forma o material. Por mis botas pago gustoso cuarenta coronas, a pesar de que en otra tienda encontraría botas por diez. Pero, en aquellos oficios que languidecen bajo la tiranía de los ornamentistas, no se valora el buen o mal trabajo. El trabajo sufre a causa de que nadie está dispuesto a pagar su verdadero valor.
y ya está bien así, pues las cosas ornamentadas sólo resultan soportables en la ejecución más deslucida. Puedo soportar un incendio más fácilmente si oigo decir que sólo se han quemado baratijas. Puedo alegrarme con las tonterías de la Künstlerhaus, porque sé que, lo que han montado en pocos días, se derribará en un momento. Pero tirar monedas de oro en vez de guijarros, encender un cigarrillo con un billete, moler y beberse una perla causan un efecto antiestético.
Verdaderamente los objetos ornamentados producen un efecto antiestético, sobre todo cuando se realizaron del mejor material y con el máximo esmero, y cuando han requerido mucho tiempo de trabajo. No puedo dejar de exigir ante todo trabajo de calidad, pero desde luego no para cosas de este tipo.
El hombre moderno, que considera sagrado el ornamento como signo de superioridad artística de las épocas pasadas, reconocerá de inmediato, en los ornamentos modernos, lo torturado, lo penoso y lo enfermizo de los mismos. Alguien que viva en nuestro nivel cultural no puede crear ningún ornamento.
Ocurre algo distinto con los hombres y pueblos que no han alcanzado este nivel. Predico para los aristócratas, quiero decir, para los que se hallan en la cima de la humanidad y que, sin embargo, comprenden profundamente los ruegos y exigencias del inferior. Comprenden muy bien al cafre, que entreteje ornamentos en la tela según un ritmo determinado, que sólo se descubre al deshacerla; al persa que anuda sus alfombras; a la campesina eslovaca que borda su encaje; a la anciana señora que realiza objetos maravillosos en cuentas de cristal y seda. Los aristócratas les dejan hacer, saben que para ellos, las horas de trabajo son sagradas. El revolucionario diría:
"Todo esto carece de sentido". Lo mismo que apartaría a una ancianita de la vecindad de una imagen sagrada y le diría: "Dios no existe". Sin embargo, el ateo -entre los aristócratas- al pasar por delante de una iglesia se quita el sombrero.
Mis zapatos están llenos de ornamentos por todas partes, constituidos por festones y agujeros, trabajo que ha ejecutado el zapatero y por el que no se le ha pagado. Voy al zapatero y le digo: "Usted pide por un par de zapatos treinta coronas. Yo le pagaré cuarenta". Con esto he elevado el estado anímico de este hombre, cosa que me agradecerá con trabajo y material, que, en cuanto a calidad, no están en modo alguno relacionados con la sobreabundancia. Es feliz. Raras veces llega la felicidad a su casa. Ante él hay un hombre que le entiende, que aprecia su trabajo y no duda de su probidad. En su imaginación, ya ve ante él los zapatos terminados. Sabe dónde puede encontrar la mejor piel, sabe a qué trabajador debe confiar los zapatos y éstos tendrán tantas festones y agujeros como los que sólo aparecen en los zapatos más elegantes. Entonces le digo: "Pero impongo una condición. Los zapatos tienen que ser enteramente lisos". Ahora es cuando le he lanzado desde las alturas más dichosas al Tártaro. Tendrá menos trabajo, pero le he arrebatado toda la alegria.
Predico para los aristócratas. Soporto los ornamentos en mi propio cuerpo si éstos constituyen la felicidad de mi prójimo. En este caso también llegan a ser, para mi, motivo de alegría. Soporto los ornamentos del cafre, del persa, de la campesina eslovaca, los de mi zapatero, ya que todos ellos no tienen otro medio para alcanzar el punto culminante de su existencia. Pero nosotros tenemos 'al arte, que ha sustituído al ornamento. Después del trabajo del día, vamos al encuentro de Beethoven o de Tristán. Esto no lo puede hacer mi zapatero. No puedo arrebatarle su alegría, ya que no tengo nada que ofrecerle a cambio. El que, en cambio, va a escuchar la Novena Sinfonía y luego se sienta a dibujar un modelo de tapiz es un hipócrita o un degenerado.
La carencia de ornamento ha conducido a las demás artes hasta alturas insospechadas. Las sinfonías de Beethoven no hubieran sido escritas nunca por un hombre que tuviera que ir metido en seda, terciopelo y puntillas. El que hoy en dia lleva una americana de terciopelo no es un artista, sino un bufón o un pintor de brocha gorda. Nos hemos vuelto más refinados, más sutiles. Los miembros de las tribus tenían que distinguirse por medio de los colores, el hombre moderno necesita su vestido como máscara. Su individualidad es tan grande que ya no la puede expresar en prendas de vestir. La falta de ornamentos es un signo de fuerza intelectual. El hombre moderno utiliza los ornamentos de civilizaciones antiguas y extrañas a su antojo. Su capacidad de invención la concentra en otras cosas.
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La Casa Moller fue diseñada para un importante empresario textil vienes. La casa está situada en Potzleinsdorf, una de las zonas más codiciadas de la ciudad por las vistas y la situación del barrio en una colina. Adolf Loos ya vivía en París y sólo viajaba a Viena ocasionalmente, por lo que esta casa representa una nueva forma de trabajar en red, mediante el cual un colaborador preparaba los planos en París, mientras un antiguo alumno suyo realizaba los planos y controlaba las obras en Viena.
La fachada que da a la calle es simétrica y esta diseñada para ser observada desde la calle, mientras que la fachada trasera esta diseñada escalonadamente formando terrazas, imprimiendo un carácter más personal. Diferenciándose claramente la fachada pública y la privada.
Únicamente los muros externos del edificio son portantes. Así se pudo modular mejor su interior acercándose a la concepción de la Villa Möller de Praga. La sala de estar da al jardín y al comedor. Desde la rinconera del comedor se tiene una vista de toda la calle, de tal modo que este rincón se convierte en el centro de la casa y por tanto del diseño y la arquitectura de la misma. El recibidor es uno de los elementos principales en el diseño de la casa, esta formado por diversas escaleras, balaustradas y pasamanos. El interior esta decorado con materiales nobles como mármol travertino, madera de ébano de Macasar o paneles de ocumé.
En la primera planta, un pasillo conecta los cinco dormitorios, así como un espacioso cuarto de baño. La mayoría de las paredes divisorias están hechas de madera, formando armarios empotrados. Por una pequeña escalera de caracol se llega a la tercera planta formada por dos dormitorios y una amplia terraza.
En el jardín se construyó un pabellón en 1931 por Franz Singer y Friedl Dicker. Actualmente la Casa Möller alberga la embajada israelí.
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El periódico estadounidense The Chicago Tribune alcanzó a principios del siglo XX una tirada diaria récord de varios millones de ejemplares. Para conmemorar sus 75 años de existencia, se convocó un concurso internacional de arquitectura para el diseño de un rascacielos de 400 pies (unos 145 metros), en el que participaron arquitectos de todo el mundo. El gigante de la prensa Chicago Tribune aprovechó deliberadamente este concurso abierto de arquitectura para hacerse publicidad. La premisa del concurso era: "To erect the most beautiful and distinctive office building in the world" (construir el edificio de oficinas más bonito y distinguido del mundo). un reto estético sin criterios de calificación funcionales en el que participaron 263 arquitectos de 32 países diferentes.
Durante el concurso, Adolf Loos se encontraba en Francia. El sello del correo enviado por Loos era francés, por lo que se le contó entre los arquitectos franceses. El mismo Loos escribió un detallado texto explicativo en el que exponía sus argumentos. Aludiendo de manera indirecta a la moderna arquitectura del Bauhaus, argumentaba que las nuevas formas arquitectónicas de los artistas alemanes, franceses y austriacos volverían a estar pasadas de moda en un escaso periodo de tiempo, ya que sus casas cambiaban de forma como los sombreros de señora. Por esta razón, Adolf Loos, podía proponer sólo un modelo, en este caso la columna griega, construida con granito negro, liso y pulido. La columna le otorgaría a la obra y a la ciudad de Chicago una identidad como la de la torre inclinada de Pisa. Loos había conocido el solar a orillas del río de su visita en 1893.
El diseño de una columna para el Chicago Tribune se puede interpretar también como idea literaria ya que la palabra "columna" en inglés pertenece tanto al léxico de la prensa como al de la arquitectura.
El equipo de arquitectos formado por John M. Howells y Raymond Hood ganó el concurso con el diseño de un rascacielos neogótico que reflejaba más el gusto en Estados Unidos por aquel entonces.
Ficha Técnica:
Arquitecto | Adolf Loos | |
Año de Finalización | No construido | |
Año del Proyecto | 1922 | |
Altura | 145 metros | |
Plantas | N/d | |
Tipo | Edificio de Oficinas | |
Ciudad | Chicago | |
Promotor | Chicago Tribune |
Loos estudió en la Staatsgewerbeschule de Reichenberg antes de iniciar en 1890 sus estudios en la Technische Hochschule de Dresde. Estuvo luego tres años en EE UU. Allí, visitó la Exposición Universal de Chicago y vivió de trabajos eventuales. Regresó en 1896 y se estableció en Viena. Fue conocido como escritor y publicó sobre todo en la «Neue Freie Presse» de Viena desde 1897. Estos artículos fueron recopilados en las colecciones «Ins Leere gesprochen» (Hablar en el vacío, 1921) y « Trotzdem». Se reveló contra la ornamentación sobrepuesta y decorativa, porque la consideraba inútil y anticuada. La defensa radical de sus tesis y el polémico artículo «Die Potemkinsche Stadt» la llevaron a la ruptura con los arquitectos de la Wiener Sezession como Josef Hoffmann y Joseph Maria Olbrich.
En 1903 editó la revista «Das andere ein blotr zur einführung obendlóndischer kultur in ósterreich» de la que sólo dos números vieron la luz. Sus primeros éxitos vinieron con la reforma del Café Museum de Viena, al que, debido a su escasa ornamentación, se le puso el apodo de Café Nihilismus, y con la decoración disciplinadamente elegante de la sastrería Knize. En 1907 le dieron el proyecto del Kórntner Bar, un pequeño establecimiento ampliado medíante espejos y cuya espectacular fachada -cuatro pilares de mármol sobre las que se suspendía un techo inclinado que contenía la bandera estrellada hecha de cristales de colores- revelaba su condición de «American Bar».
En 1908 publicó su famoso escrito «Ornament 'lnd Verbrechen» Ornamento y delito, en el que defiende las formas bellas y útiles, y demuestra lo que con ello quería decir en la casa de la Michaelerplatz (1909- 1911), la parte baja, dedicada a negocios, aparece recubierta de mármol Cipollino verdiblanca y la dedicada a viviendas, encalada. Las ventanas carecen de marco, como si estuvieran recortados en la pared. El proyecto encontró enemigos enconados, y la Oficina de Urbanismo ordenó más de una vez la suspensión de las obras. Paralelamente, estuvo trabajando en la Villa Steiner, en Viena, donde la parte que da a la calle está oculta por un tejado de bóveda que desciende hasta muy abajo.
En 1912 fundó, sin permiso oficial, una escuela de arquitectura en la que sus alumnos, entre ellos Neutra y Schindler, recibían enseñanza gratis. En 1920, Loos fue nombrado arquitecto jefe de la Oficina de Urbanismo de Viena. Puesto al que renunció en 1922 para ir a vivir a París. Pronunció conferencias en lo Sorbona y realizó la casa-atelier del dadaísta Tristan Tzara (1925- 1926). En 1928 diseñó uno casa en esquina para Joséphine Baker, recubierta con tiras de mármol negro y blanco, que no llegó oaconstruirse. Entre los obras tardías más importantes de Loos se cuentan la Casa Müller en Praga (1930), realizada una vez más a partir de la tensión entre el empleo de materiales nobles y formas severas.
El frente simétrico se curvo un poco hacia el interior. El zócalo, que se extiende o dos pisos, así como el muro de contención del terreno en pendiente, son muros de piedra al descubierto, mientras la pared de arriba tiene un revocado liso. Tras la entrada (la puerta de la derecha, lo otra conduce al garaje) hay solamente un pequeño hall. Aquí aparece una escalera que discurre como en una fosa por la vivienda paro conducir finalmente al atelier del propietario.
El escritor y dadaista rumano Tristan Tzora, un «artista de la vida y de la lengua, lleno de vitalidad y acometividad», acaudillaba con André Breton la vanguardia parisina, que adquirió una posición destacado en lo literatura y el arte europeos. A través de la villa Tzora, Adolf Loos entró también en aquel círculo, si bien no consiguió los encargos que podía esperar de él. Se buscaba su consejo, y se le pedía que hiciese el proyecto como la norteamericana Joséphine Baker, que a mediados de los años veinte triunfaba en París con su «Revue Négre»; pero cuando se trataba de realizar la obra, se prefería controtar a otros colegas franceses.
Ficha Técnica
Arquitecto | Adolf Loos | |
Año de Finalización | 1925 | |
Año del Proyecto | 1926 | |
Altura | N/d | |
Plantas | 2 | |
Tipo | Casa Unifamiliar | |
Ciudad | París | |
Promotor | Tristan Tzara |
La Casa Steiner, está construida en un suburbio de Viena, dentro de un plan que contemplaba que la altura de las casas que se construyeran no podían exceder de una planta y una buhardilla. Sin embargo el matrimonio Steiner, buscaba una casa de grandes dimensiones, por ello Adolf Loos le dio este cuerpo arquitectónico tan inusual. Loos hizo un tejado de chapa en forma de media bóveda de cañón que llegaba hasta el techo de la planta baja, haciendo que la cumbre fuera un tejado plano de cemento y madera. De esta forma, en la parte del jardín permitía construir tres pisos. Esta fachada es lisa y simétrica, al igual que la principal y las dos alas laterales con ventanas que se adecuan a la necesidad de cada habitación. La casa fue realizada con racionalidad económica, con grandes espacios interiores y gran simplicidad exterior por lo que es considerada como una de las primeras casas adscritas a la corriente racionalista. Algunos críticos la consideran una reinterpretación de Loos de las Cottages inglesas.
Fachada Trasera
Ficha Técnica
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Arquitecto | Adolf Loos | |
Año de Finalización | 1910 | |
Año del Proyecto | 1910 | |
Altura | N/d | |
Plantas | 2 | |
Tipo | Vivienda Unifamiliar | |
Ciudad | Viena | |
Promotor | Familia Steiner |
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